न हि ज्ञानेन सदृशं पवित्रमिह विद्यते। Ciertamente, no hay ningún purificador como el conocimiento -Bhagavad Gītā 4.38

El legado silencioso del Indo–Sarasvatī

Por Francisco San Miguel

 

Antes de los imperios, antes de las guerras glorificadas por la historia, existió una civilización que habló sin alzar la voz. 

Entre los ríos Indo y Sarasvatī, hace más de cinco mil años, surgieron ciudades con calles trazadas al compás del cielo, baños públicos, sistemas de drenaje y símbolos de contemplación. Ningún palacio, ningún ejército. Ningún rey inmortalizado en piedra. La civilización del Indo–Sarasvatī desafía las narrativas clásicas del poder: su legado no es uno de conquista, sino de equilibrio.

Hoy, mientras el yoga y la meditación se extienden por el mundo, las raíces de estas prácticas podrían estar susurrando desde esta cultura olvidada.

 

Origen ancestral y visión cultural

La civilización de India remonta sus orígenes hace miles de años. Se ha constituido en torno a un antiquísimo cuerpo de conocimiento oral y escrito conocido como Veda.

Frecuentemente denominada cultura védica, esta civilización ha mostrado un desarrollo cultural, social y político con características poco vistas en otros procesos ancestrales de la humanidad.

Una de sus particularidades es que no se ve fundada en torno a un evento o a un eje político y militar orientado a la expansión por dominación. Al no existir vestigios de armas ni guerras, los motivos de su surgimiento parecen vincularse quizás a la búsqueda de valores y al desarrollo de virtudes que guiaran al ser humano hacia el conocimiento de su propia naturaleza y su rol en la creación que es lo que se observa en la literatura védica.

Saberes y disciplinas nacidas en el Veda 

En el seno de esta cultura surgió una amplia gama de saberes relativos a las más diversas áreas del universo. Son ampliamente conocidos los aportes de las matemáticas indias, así como los de la física, la medicina, la astronomía y la música. Asimismo, emergieron disciplinas de gran interés actual, como el Yoga, el Āyurveda, Jyotiṣa (Astrología) y el Vedānta.

La cultura védica, viva hasta nuestros días, representa una tradición cultural y una forma de vida en armonía con las leyes de la naturaleza, orientada a la búsqueda del conocimiento y sustentada en los más altos valores humanos. Conocida como sanātana dharma, se origina, según la tradición, a partir de la transmisión oral del conocimiento (Veda) por parte de sabios llamados ṛṣi-s, considerados los progenitores de esta cultura que se mantiene viva a través de diversas tradiciones en la India.

En este artículo buscaremos presentar elementos centrales del legado védico, entrelazando los registros del contexto histórico con los relatos de transmisión oral de esta cultura, para así mirar el panorama de sus aportes y encontrar eventual significación y resonancia para cada lector.


Mirada historiográfica y sus desafíos

Desde una perspectiva histórica, existen elementos que se prestan a interpretaciones divergentes respecto a su formación. Durante más de un siglo, especialmente en el período de colonización inglesa, se perpetuó la hipótesis de la inmigración de pueblos nómades que habrían traído esta cultura al valle del Indo–Sarasvatī (actual Pakistán y parte del subcontinente indio).

Hoy en día, nuevas evidencias arqueológicas permiten otras interpretaciones, pues no se han encontrado registros de invasiones ni de grandes migraciones. Tampoco se observa una discontinuidad en el desarrollo cultural, social y económico. Por el contrario, diversos autores afirman que la cultura védica es autóctona de esta región.

Transmisión oral y continuidad cultural

La evidencia actual se condice con uno de los rasgos más notables de esta cultura: su sofisticada tradición oral. Esta tradición ha cuidado con rigurosidad la transmisión de conocimientos en una gran variedad de ámbitos de la existencia. Tal es la importancia de la fidelidad en la transmisión que se establecieron códigos y métodos de recitación cuyo objetivo es preservar la integridad del conocimiento original, como ocurre con los himnos védicos.

Magnitud y antigüedad de la civilización

Desde la arqueología se observa que la civilización del Indo–Sarasvatī es más antigua y compleja que otras como Mesopotamia o Egipto. Llegó incluso a abarcar una extensión territorial similar a la de ambas civilizaciones juntas, con más de un millón de kilómetros cuadrados.

Mapa satelital a escala real con tres esferas proporcionales a la superficie estimada de Egipto (300.000 km² → 131 px), Mesopotamia (400.000 km² → 152 px) y el Indo–Sarasvatī (1.000.000 km² → 240 px). Las esferas no reflejan la forma real, sino escalas relativas; las civilizaciones se extendieron de forma lineal a lo largo de ríos. 

Los primeros asentamientos vinculados a la cultura védica se hallan entre los ríos Sindh (posteriormente llamado Indo) y Sarasvatī (río que se secó hace aproximadamente 4.000 años), en la región del desierto de Thar, en lo que hoy es Pakistán y la frontera con India.

Testimonios del Ṛg Veda y registros arqueológicos

La literatura védica, en particular el Ṛg Veda (1.700 a 1.300 a.C.) es uno de los testimonios literarios más antiguos de la humanidad cuya transmisión oral ha perdurado de forma ininterrumpida hasta hoy.

En el, se describe de diversas formas los ríos de la región, en especial el Sarasvatī, que es mencionado cerca de 40 veces (Danino, 2010; Rao, 1991), lo que respalda la evidencia arqueológica que sitúa el desarrollo de esta cultura en dicha área.

Por su ubicación, también se la conoce como Civilización de Harappa, en referencia a una de sus ciudades clave, donde se han hallado más de 300 sitios arqueológicos y alrededor de 2.000 lugares de excavación en sus alrededores.

Centros urbanos y evidencias de sofisticación

Allí se encuentran evidencias del florecimiento de esta cultura a orillas del Sarasvatī entre el 2.600 y el 1.900 a.C. Cabe destacar que existen excavaciones pre-Harappa que datan de milenios anteriores, como en Mehrgarh. Esto da cuenta de una sorprendente continuidad cultural de más de 6.000 años.

Los descubrimientos recientes realizados por arqueólogos y expertos en disciplinas afines sugieren la relevancia crucial de esta civilización para la historia humana.

Las ciudades descubiertas entre el Sindh y el Sarasvatī muestran gran sofisticación en su diseño y organización geométrica (Possehl, 2002). Además de los conocidos centros urbanos de Harappa y Mohenjo-daro, se han hallado muchas otras ciudadelas que revelan un entramado cultural complejo y extenso.

Ciudadelas clave: Kalibangan, Rakhigarhi, Lothal

Entre ellas destaca Kalibangan, en la ribera del antiguo Ghaggar-Hakra (identificado por muchos con el Sarasvatī) (Danino, 2010; Rao, 1991), con calles planificadas, pozos privados, plataformas rituales y estructuras vinculadas al fuego ritual (agnihotra), lo que establece un vínculo directo con el mundo védico.

Otras ciudadelas destacadas son Rakhigarhi (Haryana), una de las ciudades más grandes descubiertas; Ganweriwala, aún poco excavada pero comparable en tamaño con Harappa; y Lothal (Gujarat), famosa por su infraestructura portuaria, ingeniería hidráulica y comercio marítimo. En Daimabad se hallaron objetos de metal y cerámica que la vinculan culturalmente con los asentamientos del Indo–Sarasvatī, a pesar de su lejanía geográfica.

Banawali, también en Haryana, presenta urbanismo planificado, canalización de agua y arquitectura residencial. Surkotada (Gujarat) destaca por sus estructuras fortificadas y por los primeros restos de equinos domesticados, relevantes para los estudios comparativos con los textos védicos.

Orden social y espiritualidad sin coerción

La extensión y coherencia de esta red urbana sugiere una organización social avanzada, un comercio vigoroso y una cultura compartida, en profunda relación con el entorno natural y espiritual. Estos centros urbanos funcionaban no desde un poder militar o centralizado, sino probablemente en armonía con principios de orden social y cósmico, que lo expresa como dharma en la tradición védica o ṛtam y satyam en sánscrito.

Urbanismo y tecnología avanzada

El nivel de desarrollo urbano se aprecia en ciudades como Dholavira, que contaban con asambleas, baños públicos, templos, talleres de herramientas de cobre, sistemas de drenaje subterráneo y recolección de aguas lluvias, además de represas. Mohenjo-daro, con unos 50.000 habitantes, tenía más de 700 pozos (Possehl, 2002), muchos en casas privadas, y un "gran baño" central. Las calles estaban orientadas según los puntos cardinales.

 

Cultura material y religiosidad cotidiana

Su principal actividad era la agricultura, apoyada por canales de irrigación. Sin embargo, también desarrollaron intensamente el comercio, incluyendo intercambios con Sumeria y el valle del Tigris-Éufrates, así como la navegación fluvial y marítima.

Sellos tallados con gran precisión muestran símbolos religiosos y rituales, como la svastika, el toro, el árbol pippala (ficus religiosa), el tridente (triśūla) y figuras en posturas meditativas, en clara resonancia con el imaginario védico. Vasijas, herramientas, ornamentos y objetos de culto evidencian continuidad cultural con la India actual.

Paz prolongada y ausencia de grandes enfrentamientos

Una característica sobresaliente es la ausencia de evidencias de ejércitos o guerras de proporciones (Lal, 2005). No se han encontrado sellos con batallas, ni destrucción por conflictos humanos. Las mayoría de las armas halladas parecen tener fines de caza o defensa básica. Las fortificaciones responden más a catástrofes naturales como inundaciones.

Cuesta encontrar otra civilización donde el "arte" de la guerra aparezca tan ausente, especialmente por un periodo tan prolongado. En contraste, hoy las Naciones Unidas estiman que existe un arma pequeña por cada diez personas en el planeta.

Reordenamientos y migraciones internas

Tras su apogeo, hacia el 1.900 a.C., las ciudades fueron abandonadas gradualmente y la población migró hacia zonas rurales. Probablemente, terremotos, erupciones volcánicas, cambios en los ríos y sequías provocaron este reordenamiento (Sanyal, 2012), previo al asentamiento definitivo en la región del Ganges.

Continuidad ininterrumpida y resistencia cultural

Esta civilización muestra una evolución propia y continua de más de 6.000 años, según la ciencia moderna. Esto la convierte en un caso único en la historia, sin ruptura externa. Aunque hubo intercambios y transformaciones sociales, la persistencia de sus principios culturales en un amplio territorio es un signo de una base cultural profunda y resiliente.

Controversias modernas: la hipótesis de la invasión

No obstante, tras más de setenta años de importantes descubrimientos, aún se mantiene abierta la pregunta qué vínculo real existió entre esta civilización y la India posterior. En gran parte, esto se debe a versiones históricas heredadas de la época colonial, las cuales plantean que un pueblo extranjero invadió la región, imponiendo la cultura védica y desplazando a los habitantes dravídicos originales.

La llamada “hipótesis de la invasión ārya” sostiene que un grupo nómade introdujo la cultura védica desde el noroeste (Danino, 2000). Esta teoría, formulada principalmente por filólogos europeos en el siglo XIX, se basó sobre todo en la lingüística comparada. Al descubrirse similitudes profundas entre el sánscrito, el griego, el latín y otras lenguas indoeuropeas, se planteó la existencia de una lengua madre común —el protoindoeuropeo— y se asumió que el sánscrito debía haber sido traído desde fuera del subcontinente (Müller, 1886).

Otro argumento fue la interpretación de pasajes del Ṛg Veda que mencionan enfrentamientos entre los āryas y los dāsas o dasyus, tomados como evidencia de conquista. A ello se sumó la aparición del caballo y el carro de guerra en los textos védicos, lo que llevó a suponer que estos elementos fueron introducidos por los recién llegados. Finalmente, se consideró el colapso de las ciudades del Indo como resultado de una invasión violenta.

Sin embargo, esta teoría está hoy ampliamente cuestionada. No existe evidencia arqueológica ni genética de una invasión o migración masiva que respalde dicha hipótesis (Lal, 2005; Danino, 2010). Las excavaciones no muestran huellas de violencia organizada ni destrucción cultural, y diversos estudios indican una sorprendente continuidad entre la civilización del Indo–Sarasvatī y las prácticas descritas en los textos védicos. Además, muchos de los símbolos, rituales y estructuras que aparecen en la tradición védica ya estaban presentes siglos antes en los asentamientos del Indo: altares de fuego, el culto a la diosa madre, sellos con iconografía simbólica y figuras en posturas meditativas.

El debate ha dado lugar a visiones alternativas desde la propia India, con autores como Shrikant Talageri y Koenraad Elst argumentando que el hogar original de los āryas podría haber estado en el mismo subcontinente, y que la migración pudo haber sido hacia el oeste, no al revés (Elst, 1999; Talageri, 2000). Por otro lado, académicos como Michael Witzel han defendido versiones reformuladas de la migración, centradas en procesos culturales complejos más que en invasiones militares (Witzel, 2001).

Muchos sabios y estudiosos de la India contemporánea consideran que las teorías de invasión han sido utilizadas con fines políticos, para dividir culturalmente al pueblo indio durante el dominio colonial. La supuesta invasión ārya sirvió también para justificar narrativas europeas sobre superioridad racial y cultural.

Cabe destacar que la palabra ārya en sánscrito no alude a una etnia, sino que es un adjetivo que significa “noble”, “justo” o “puro”, expresando ideales y valores elevados, no condiciones raciales o geográficas.

Una mirada contemporánea sobre lo ancestral

Podrían civilizaciones antiguas ser algo más que restos de un pasado remoto. Acaso ofrecen claves universales y duraderas sobre cómo habitar el mundo con sentido, en relación con el entorno, con los otros y con lo sagrado?

Qué podría revelarnos el hecho de que una civilización haya prosperado sin estructuras militares evidentes, sin centralización autoritaria ni símbolos de dominación violenta.

¿Podría el equilibrio entre lo material y lo espiritual que parece haber guiado al Indo–Sarasvatī ofrecer una orientación distinta a nuestras sociedades fragmentadas? ¿Qué implicancias tiene para nosotros que una cultura tan antigua haya priorizado la armonía con la naturaleza, la vida comunitaria y la contemplación, por sobre la expansión territorial o la dominación de otros?

Desde la visión del Vedānta, especialmente desde Śaṅkara, se afirma que la ignorancia del ser es la raíz de todo sufrimiento. ¿No es acaso este olvido —de nuestra verdadera identidad, de nuestra pertenencia al orden total— el mismo que subyace a las crisis modernas? ¿Qué nos impediría entonces mirar hacia atrás, no para idealizar el pasado, sino para recuperar una visión del ser humano como portador de un potencial interior en diálogo con el cosmos?

Más que una conclusión, la civilización del Indo–Sarasvatī nos deja preguntas abiertas: ¿qué es el verdadero progreso?, ¿dónde comienza y termina una civilización?, ¿cuáles son los pilares invisibles de una cultura duradera? Quizás, en tiempos donde no pocos sistemas parecen colapsar, sea relevante escuchar lo que aún susurra este legado silencioso.

Referencias bibliográficas

  • Danino, M. (2000). The Invasion That Never Was

  • Danino, M. (2010).The Lost River: On The Trail of the Sarasvati 

  • Elst, K. (1999). Update on the Aryan Invasion Debate

  • Lal, B. B. (2005). The Sarasvati Flows On: The Continuity of Indian Culture..

  • Müller, M. (1886). Lectures on the Science of Language.

  • Sanyal, S. (2012). The Land of the Seven Rivers: A Brief History of India's Geography

  • Talageri, S. (2000). The Rigveda: A Historical Analysis.

  • Witzel, M. (2001). Autochthonous Aryans? The Evidence from Old Indian and Iranian Texts. Electronic Journal of Vedic Studies, 7(3), 1–93.

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